Comentario
El avance alemán en el centro fue tan amenazador para la capital que el Gobierno, con la excepción de Stalin, se replegó a Kuibyshew; el general Budienny fue sustituido por Timoshenko y Zhukov fue encargado de la defensa de la capital, con un plan que no era para resistir, sino para batir a los alemanes con un contraataque.
El salvador de Moscú fue el invierno. Las heladas de principios de noviembre cayeron sobre los alemanes cuando estaban sólo a 64 kilómetros. Las tropas no habían sido provistas de equipo invernal, quizá porque la campaña estaba planeada para terminar antes y fue retrasada por el fracaso italiano en Grecia. Así, los soldados sufrieron, en campo raso, temperaturas que dificultaban la vida y, mucho más, las operaciones militares. Pero, contra la opinión de muchos generales, Hitler no permitió una detención, sino que ordenó tomar la ciudad cuanto antes.
El plan para Moscú era sencillo: el IV Ejército (Von Kluge) atacaría de frente, mientras tropas acorazadas le envolvían en el norte (Hoth y Hoeppner) y por el sur (Guderian).
La batalla comenzó el 16 de noviembre y las fuerzas acorazadas de las alas avanzaron sin problema hasta que las vanguardias divisaron las torres del Kremlin. Pero el IV Ejército fue atacado en un flanco por gran número de tropas soviéticas. A pesar de todo, algunos elementos avanzados alemanes llegaron a los arrabales de Moscú el 3 de diciembre, encontraron mucha resistencia y se replegaron secretamente hacia sus unidades.
Dos días después, mientras se forcejeaba en el combate, la temperatura descendió a 32 grados bajo cero y aplastó la capacidad alemana. Los trenes, los camiones, los carros quedaron detenidos, los aviones no despegaron y las armas se convirtieron en bloques de metal helado. La congelación mató, dañó y mutiló a miles de hombres.
Desde el 28 de diciembre, el ataque del general Timoshenko contra el IV Ejército era muy duro y las tropas resistían porque Hitler había prohibido retroceder. Por fin, el día 3 de enero de 1942, Hitler autorizó un repliegue, que libró a los alemanes de un nuevo ataque, preparado por el general Zhukov con tropas siberianas, capaces de combatir con temperaturas extremas.
La ofensiva rusa se generalizó en todo el frente, para aprovechar los efectos del invierno sobre los alemanes. Hitler dio la orden de resistir a toda costa, Guderian y Hoeppner fueron destituidos por haberse replegado sin permiso y las tropas sostuvieron, a costa de sacrificios, la mayoría de posiciones.
Probablemente, esta ciudad los salvó de una retirada que habría sido tan desastrosa como la de Napoleón. Cuando Hitler permitió el repliegue, se hizo sobre los centros de aprovisionamiento que contaban con víveres suficientes. Los alemanes se fortificaron alrededor, en las llamadas posiciones erizo, enormes zonas militares separadas entre sí y capaces de defenderse en todas direcciones. En ellas se prepararon para pasar el invierno mientras, en los intervalos, avanzaban los rusos.